lunes, 14 de octubre de 2013

Mira niña:

Qué gran discordia provocaron tus llantos de sirena, y aún sin tú misma saberlo, siguen rememorando aquellos días quisquillosos, de grises y lluviosos, en los que querías saber qué era aquello que llamaban 'ver'.
Tu padre no sabía a quién más culpar por tu mirada en el limbo, por tus objetivos sin fijar, por tanta ternura en una mirada ciega, y tú, sirenita de largas trenzas morenas, seguías sonriendo y con el ansia encarnada en saber que era 'ver'.
El día que tus turquesas vieron el mundo se deslumbraron, por eso dejaste el verbo 'mirar' para el resto de la gente que te rodeaba, porque nunca habían mirado directamente al Sol de la manera en la que tú la hiciste, sino que quedaban embobados contigo, todos.
Es por eso, que yo soy de las que pienso que tu madre no tenía la culpa de ser tan guapa como el Sol, pero eso conllevó a que tú solo pensaras en ella, en una imagen, sin haber aprendido antes aún a rigurar tu visión, a controlar tu sentido de la percepción por tus turquesas.
Ella, quien primero te sintió, acabó creyéndose el cuento de que por ser tan preciosa como era, no volviste a entender a nadie cuando decían si veias y sólo oías, tocabas, y escuchabas de la forma más perfecta posible. Emprendió la tarea de hacerse fea, tu madre, por querer que tú, sirena de mares ocultos, pudieses ver el mundo, aunque hubieras visto el Sol, y ese fuese tu mundo.
Los vecinos, incluso de barrios lejanos, cautivos de los ojos más bonitos jamás vistos, humedecieron sus corazones secos por los cotorreos de gente cerrada y ellos sí vieron, la vida de otra manera a través de ti.
Por ti niñita, muñeca, angelillo moreno, por tener tu cara guapa y por poseer el color azul más puro existente en tu infinita mirada, hoy relato desde mis entrañas, que todo lo cambiaste.

Hoy, un trozo de mi se descompone, sabiendo que hay personas como tu, niña joven, que ni siquiera vieron a su madre, a su Sol.

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