sábado, 31 de agosto de 2013

Voilá.

Verdaderamente fascinante.
Indudablemente perfeccionista, el rasgo rojizo en sus pómulos saltones, y esos ojos turquesa, que parecían hechos a medida.
Era una muñequita de pelo juguetón del tono de sus mofletes cuando reía, que corría y corría monte arriba, monte abajo, con los perros jugando y la niñez escondida bajo momentos de disfrute.

 Todo. Su manera de vivir. Hectáreas de hogar con enormes plantaciones de pinos navideños, y seis caballos para ella sola. No tenía hermanos, los tenía a ellos, a los cuatrálbos para sí nada más, para sus paseos y largas veredas a través de los pinares, sin tener que compartirlos con nadie.
En invierno, nevaba. Cada año, volvían las heladas y las sacudidas por parte de las nubes de los encantos fríos e invernales con forma de estrellitas. Ésos encantos que poco a poco cubrían todo cuanto se les antojaba para llenar todo el paraje que la percepción visual humana era capaz de captar de un blanco puramente perfecto.
Mágico... Ésa es la palabra ideal.
La pequeña, cogía uno de sus animales, su poncho de lana gorda en tonos otoñales, y paseaba cada tarde después del colegio, en cuánto se quitaba los esquís.

Voilá. Así de precioso y envidiable. Así la cría, de repente creció. Se hizo mayor. Comprendía a la vida algo mejor.
Sola, con seis amigos cinco veces más grandes que ella, y con todo un buen vivir transitorio hasta ese momento que cambió todo.

Llegaron pronto, sin haber tenido aún sus doce primaveras cumplidas, los encargados del derrumbe de tan idílico rincón del mundo. Los guerreros que bombardearon, y lucharon, y gritaron, e hicieron del corazón cálido de aquella niña un alma fríamente infernal.
Sus sueños, cuando conseguía dormir al menos un poco, eran grises. Olvidó la pureza de la nieve. Sus padres la abandonaron  y supo que sus seis amigos también lo hicieron por encontrarse sola entre nubes de ceniza y árboles caídos.
No volvió a escuchar a los pájaros cantar hasta crecieron nuevos árboles.
Se asustaba y creía que cualquier ruido era causado por alguna explosión cercana. Así estuvo nuestra criaturita hasta 1945 no viviendo, sino sobreviviendo.

Voilá.
 En menos palabras he descompuesto toda la bonita historia anteriormente relatada. He de decir, que no es fantasía lo recién escrito. Son hechos reales, destrozos materiales y corazones incurables que vagan con la mirada a gachas tratando de recomponerse de tales circunstancias.
La sonrisa de una persona testigo de tal catástrofe mundial, no tiene precio.
La niña, hoy casi 60 años después, no habla, no cuenta nada más, se guarda todas las historias consigo, y en cuanto me ve, sonríe.
Reitero y recalco, NO TIENE PRECIO.

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